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  • Pero m s all del folclore

    2019-04-24

    Pero más allá del folclore, la conmemoración, con su ampulosidad y minucia, debía servir para medir la destreza virtuosa de los participantes, al exigir cierta competencia en la observancia de sus enigmas por parte de nuevos cristianos “ya bien enseñados en la Fe” (nos dice también Ávila) tras haberse adiestrado en las fechas previas de la Resurrección, Ascensión o Pentecostés. Parte de la relevancia de la fiesta se cifró en esta consideración de grado de maestría de la conversión indígena, el paso buy AR-42 HDAC un nivel más alto dentro de la carrera meritoria de su catequesis. Y dada la oscuridad teológica de lo celebrado, la institución del Santísimo Sacramento en la Última Cena, las discusiones sobre la capacitación nativa para su comprensión fueron en este punto especialmente comprometedoras. De hecho, la prédica al nativo en torno al sacramento de la comunión ocupa un delicado capítulo en el debate de sus aptitudes para ser evangelizado e ingresar en una práctica verdadera, debate que había enfrentado ya a Las Casas y su tratado De unico vocationis modo omnium gentium ad veram religionem con el de Acosta que lo dudase en el De Procuranda Indorum Salute. Para José de Acosta, la torpeza indígena componía conversos inválidos, no más racionales que el animal o el etiope, capaces apenas de recibir el bautismo. Desde su intervención en el “Proemio de los Sermones” del Tercero Catecismo, Acosta decía holgarse en condescender “con los bajos para ganarlos en Dios, que no de subirse en cosas altas —cosas exquisitas— para cobrar opinión de sabio”. Católicos disminuidos, dueños de una desmerecida persuasión retórica (persuasión llana, ni sutil ni razonablemente fundada que dicho catecismo se encarga de catalogar entre las más básicas), explicarles a los indios más de lo que pueden entender y en estilo levantado, como si predicasen en alguna corte o “universidad”, conduciría a la traición o al desacato. Su preparación, reducida a aprender de memoria algunas nociones imprescindibles, implicaba, en consecuencia, la simplificación de la redacción de la homilía a un discurso básico de preguntas y de parábolas, por parte de “Apóstoles y Predicadores” que, “como nubes que llueven el agua de la doctrina celestial”, no ofusquen en ningún momento la tierna mentalidad aborigen, “porque tratar a Indios de otras materias de la sagrada Escritura, o de puntos delicados de teología, o de moralidades y figuras, como se hace con Españoles, es cosa por ahora excusada y poco útil, pues semejante manjar sólido, y que ha de menester dientes, es para hombres crecidos en la religión cristiana”. Se inaugura, de este modo, la recomendación en el uso de una oratoria triturada y asimilable, como suave papilla infantil en la terminología invocada por el propio sínodo limense. “Papitas de niños”, “viandas delicadas” califica aquél a estos sermones para indios, con una imagen que hizo fortuna entre los predicadores posteriores y que encontramos redundantemente en la homilética de Francisco de Ávila. Valga un ejemplo en su sermón para la fiesta que nos ocupa: Aconsejada, por tanto, en cuanto obraría una nutrición sencilla en los delicados estómagos de un público aniñado y fácil de atragantar con más sofisticados ingredientes, e inserta precisamente en los sermones dedicados a la comida eucarística, esta diluida retórica provoca sin embargo gruesas —y a mi modo de ver empachosas— analogías con la alusión a degluciones favorecidas de un misterio que, en toda su plenitud, se juzga indigesto para las básicas dentaduras indígenas. El escueto tratadito en que esto se explicita nada tenía que ver con el Ecclesiasticae rhetoricae, que Granada había compuesto para las audiencias ya cristianizadas de la vieja Europa: constituirá, por tanto, un intento de aligerar la oratoria allí desplegada y volverla más funcional en su aplicación a las nuevas catequesis como un ejercicio casi moderno de adaptación al receptor según sus habilidades y su retentiva.