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  • De hecho la Am rica po tica

    2019-05-27

    De hecho la América poética comparte con estos periódicos especializados un mismo receptor, una misma nómina de suscriptores que gustan de la poesía lírica, un mismo “público ilustrado e igualmente sensible ruthenium red manufacturer la razón del filósofo y al arte del poeta romántico” (Batticuore: 113). Estas revistas tienen en general buenas intenciones, se conciben como órganos publicitarios, divulgadores de una literatura que se de-sea popularizar; “cuando en realidad… para el verdadero público —ese inmenso público formado entre ambos extremos de la escala intelectual—, han vivido de incógnito”. Por su parte, Gutiérrez suscribe su prólogo con retórica entusiasta aunque particularizada: “a los poetas americanos, sus ardientes admiradores”. Una y otra fórmula se traduce en términos efectivos al mismo selecto público.
    Luego de las instantáneas de Tampico, ofrecidas por Jack London en 1914 (London 1991), encomiando el orden civilizatorio y tranquilizador que, desde su perspectiva, otorgaban los edificios de las refinerías y las alineaciones de tanques a la feracidad y a la ferocidad selváticas, en 1926 aparece una de las primeras novelas centradas en el petróleo mexicano. fue publicada en 1926 por el escritor norteamericano Joseph Hergesheimer, quien contribuyó así a fijar los confines de la ciudad portuaria en la geografía de la literatura. , en edición de Alfred A. Knopf (Nueva York), ostenta en la portada la imagen de un hombre gordo de traje y corbata, sentado a una mesa con dos copas, mirando la espalda de una esbelta y atractiva mujer. Ella, vestida con una peineta y un mantón, está de pie y mira hacia el frente. La lectura de la novela permitirá identificar al tipo como el alto empleado de una compañía petrolera norteamericana en Tampico, y a la dama como una de las seductoras jóvenes que laboraban por las noches en los bares de la ciudad. Pedir a los editores coherencia en la vestimenta del hombre, que en la trama se queja siempre del sofocante calor, o conocer la diferencia entre el atuendo de una española y una tampiqueña, tal vez sería exigir demasiado (). Un año después de la primera edición, el escritor, en colaboración con Bartlett Cormack, adaptó la novela a Marker (genetic ) una pieza teatral, “Tampico. A Play” (). fue traducida al español en 1929, por Manuel Pumarega, en Madrid bajo el sello de Ediciones Oriente. Un autor (casi) olvidado Joseph Hergesheimer, prolífico autor de novelas, relatos, ensayos y biografías, nacido en Filadelfia, Pensilvania, en 1880, y fallecido en 1954, es apenas conocido en el panorama de la literatura mexicana actual; de ahí que valga la pena recordar su trayectoria. Muy leído en la década de los veinte de la anterior centuria, llegó a ser considerado por la revista Literary Digest, “el mejor escritor contemporáneo en 1922” (Simpleton). Sin embargo, aún en su país, su popularidad fue disminuyendo en la década siguiente, hasta caer en el olvido. Educado en la tradición cuáquera, Joseph tuvo una infancia enfermiza que favoreció su inclinación a la lectura. Heredero de una pequeña fortuna, viajó muy joven a estudiar en Italia, guiado por su vocación inicial de pintor, y pasó largas temporadas dedicado a la aventura, la errancia y la disipación. Más adelante, se orientó a la literatura y, al parecer, después de un lapso consagrado a pulir su estilo, dio a la imprenta su primera novela, Te Lay Anthony, a los 34 años. Hergesheimer es definido por la crítica como un “exquisito”, un novelista de lujo, devoto del arte por el arte; sus relatos abundan en meticulosas descripciones y avanzan a un ritmo despacioso. Su lenguaje ha sido calificado de florido, extravagante, emperifollado. Se adhiere a una escritura esteticista que encontraba a sus personajes entre los grupos adinerados y fue cultivada en los Estados Unidos antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el país descubría a sus clases ociosas, apunta Alfred Kazin. Para este crítico, pese a que Hergesheimer era un narrador nato, no llegó a ser sino “un pintor de corte para los ricos” y un tanto provinciano. La escritura preciosista, uno de cuyos ejemplos mejores es El Gran Gatsby de Scott Fitzgerald (1925), con la Guerra Mundial y la Gran Depresión fue dejando de atraer a los lectores, quienes deseaban reconocerse en obras literarias preocupadas por la problemática social. Es explicable así el gradual desinterés que fue dominando la recepción de los textos del estilista de Filadelfia (Kazin: 231, 242-243).