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  • El t tulo del poema

    2019-05-31

    El título del poema define una intertextualidad que se refuerza tipográficamente por medio de las cursivas del primer verso. La diferencia gráfica entre las palabras que integran este verso resalta el signo de la negación —el adverbio “no”— expresando una contradicción que culmina en los dos versos siguientes. Raúl Dorra comenta este recurso gráfico de la siguiente manera: “dado que se ubican en la misma línea, este primer verso produce el paradójico efecto de resaltar la negación —no— que es la única palabra que aquí está en letra redonda”. Todo ocurre “como si se tratara de una inversión de los significantes tipográficos, el tipo que se supone normal, o neutro, es el que adquiere un efecto de amplificación: La mar no es el morir”. El efecto visual del verso, prosigue Dorra, “es una representación de su propio contenido semántico o, dicho con más propiedad, otra forma de ponderar la ‘circulación de las transformaciones’” (59). En Manrique, huelga recordarlo, la imagen de la “mar” es el segundo término de una alegoría expresada por “nuestras vidas son los ríos / que van order BEZ235 dar en la mar, / que es el morir”. La “mar” es la desembocadura inexorable de toda existencia humana, la culminación de un proceso order BEZ235 en el que el elemento acuático se cierra sobre la materia sin ninguna posibilidad de rescate. Esta idea se afirma perentoriamente en los versos “allí van los señoríos / derechos a se acabar e consumir”. La inmersión del ser en el mar manriqueano toma, pues, la forma de una aniquilación irremisible. El “Escolio…” de Pacheco, en cambio, consiste en rebatir esta tesis, en transformar la muerte finalista del poeta medieval español en acontecimiento cósmico y fecundo. De esta manera, el texto trasciende la dimensión prioritariamente humana que poseía en Manrique para adquirir una generalidad material, cósmica. Esta viene potenciada por el plural “las transformaciones”, referencia no solo a las metamorfosis de los elementos, sino también a Haplotype la variedad de componentes susceptibles de renovarse en la matriz telúrica de las aguas marítimas. Nos hallamos, por lo tanto, ante una visión del mar como teatro de transformaciones beneficiosas para el equilibrio natural. En este caso, Pacheco propone un efímero esencialmente positivo, una fugacidad cósmica cuya energía nace de la coexistencia dialéctica entre la persistencia y el cambio. El poema “La rueda”, de El silencio de la luna, insiste sobre la necesidad de este vértigo inacabable, sobre las virtudes del “fuego” como motor de vida: Celebración de la metamorfosis, himno a las propiedades transformadoras del fuego que reconfigura en cada instante los seres y las cosas, este poema recuerda en muchos aspectos aquel “variar segundo tras segundo” que elogia el hablante lírico de “Contraelegía”, en Irás y no volverás. Las dos composiciones proponen una verdadera dialéctica de lo efímero, donde lo fugaz adquiere una dimensión eterna. Y puesto que “sólo perdura la ceniza”, el propio “instante”, cifra por antonomasia de lo efímero, se hace eternamente presente, no a la manera de la verticalidad bachelardiana del ahora, sino en la rotación continua de la “rueda”. La aparente contrariedad de la afirmación “Sólo el cambio no cambia”, significa que, por tener como propiedad la combustión, el fuego no precisa de reposo o, más exactamente, que ese reposo es la propia combustión. En este sentido, se puede entender que el “cambio” no cambia, precisamente porque la inestabilidad ya forma parte de su esencia. La imagen de la “rueda” sirve para ilustrar este hecho, ya que adquiere su significado, no en el reposo, sino en la continua rotación. Notemos de paso cómo ese movimiento es subrayado por la sonoridad de los significantes “funda y fecunda” en el tercer verso, sugiriendo una redundancia acústica que apunta a la energía transformadora del cambio. De hecho la escansión correcta de este segmento de verso prohíbe no advertir la magia reiterativa de las sílabas que le confieren su sentido rítmico.